La decisión de un banco rescatado con dinero público será la que determine quién será el nuevo dueño del Valencia. El fútbol nació para ser de la gente, pero esa propiedad, ese sentimiento, se fue por el sumidero gracias a una sucesión de directivos de moral relajada. Personajes siniestros que entraron en el Valencia, a pesar de que el Valencia jamás entró en ellos. Para desgracia de quienes sienten ese equipo en sus carnes y de quienes admiran la historia de un grande de España, el futuro del Valencia se escribe con B mayúscula. Con la B de Bankia, un ente inclasificable que según el New York Times es ‘el símbolo del renacimiento financiero español’ y a la sazón, una entidad condenada por colocar preferentes a un anciano aquejado de alzheimer, ofreciéndole el canje como única opción para poder recuperar su dinero. En esas manos está el Valencia.
Bankia ha recibido ofertas para vender el club, pero elude citar la identidad de los posibles inversores y no detalla qué número de ofertas baraja. En su comunicado, especifica que las decisiones de Bankia se ejecutan bajo criterios de concurrencia, transparencia e igualdad para todos los inversores. Cabe esperar que no sean los mismos parámetros que se le aplicaron al enfermo de alzheimer al que le colocaron las preferentes. El caso es que Bankia ya tiene ofertas y los mentideros periodísticos apuntan tres aspirantes: Peter Lim, un millonario de Singapur, socio de Jorge Mendes en un fondo de inversión; Texas Pacific Group (TPG) y un fondo inglés con capital árabe. Mismos perros, diferente collar.
El caso más sonado es el de Lim, que cuenta con una flota de Ferraris, se desplaza en jet privado, y dice que gastar 40 millones de euros para fichar en enero es poco, porque él tiene previsto poner 50. Al parecer, tendría un compromiso con el presidente actual para, en caso de comprar el Valencia, delegar la presidencia en Amadeo Salvo. El millonario que intentó desembarcar en Liverpool, Boro y Atlético sin éxito, promete que acabará con la deuda, construirá el estadio, fichará a los mejores y dejará la gestión a los valencianistas. Que les pregunten a los hinchas del Atlético a qué suena esa música y qué secuelas deja.
Hace un par de lustros que el Valencia no se muere, sino que lo están matando. Gracias a esos badulaques que iban a servir al club y se sirvieron de él, el futuro ché se escribe con B de Bankia. El sentimiento de Mestalla se subasta en plaza pública y el banco tiene potestad para elegir al mejor postor. Lo hará siendo fiel a su estilo, eligiendo la oferta que le plazca, porque sus intereses no tienen que ser convergentes con la estabilidad del club, su capitalización o la finalización de las obras. El futuro del Valencia, para deshonra de políticos populistas y desagracia de aficionados sufridos, pende de la decisión de un banco rescatado con dinero público que, a su vez, rescató a un club en números rojos.
Ojalá el futuro comprador sea la solución a los incesantes males de un histórico convertido en histérico, ojalá que el Valencia vuelva a ser lo que siempre fue, un equipo grande, con patrimonio propio y legado deportivo admirable, pero más allá de la coreada lluvia de millones del próximo dueño que designe Bankia, los precedentes invitan a pensar que al Valencia habrá que desearle toda la suerte del mundo, porque la va a necesitar. Atrapado por sus circunstancias, el aficionado del Valencia, hastiado de tan poco pan y tanto chorizo, vive horas de incertidumbre. Maneja mil interrogantes sobre el futuro de su equipo, pero se aferra a una certeza: el desprecio por quienes contribuyeron a sustituir el murciélago del escudo por un cajero automático.
