El melodrama estadístico del Madrid en Alemania tenía base: un triunfo en 25 visitas, con Roberto Carlos de goleador y Casillas de portero. El enemigo en esta ocasión era el Schalke 04, a años luz del potencial blanco pero con suficiente enjundia como para plantar batalla en su coqueto estadio. Antes de plantar su defensa en el centro del campo para llevar a cabo un suicidio colectivo con público en las gradas, el técnico local, Jens Keller, decía en los periódicos: “El Madrid es el mejor del mundo tras el Bayern, pero nosotros no somos tan malos”. Después de colocar su línea defensiva en el centro del campo y hacer realidad el suicidio colectivo de sus hombres, el mundo supo que Keller había mentido por partida doble: primero, porque este Madrid, con espacios, es tan bueno como el Bayern; y segundo, porque este Schalke 04, era bastante más malo de lo que creía el suicida Keller.
En el cine de Genselkirchen, la versión teutona fue un remake de Bambi, mientras que la delantera madridista estrenó la secuela de La matanza de Texas. De entrada, tiralíneas blanco, pared entre Bale y CR7, el balón rebota en Santana y Benzema la manda a guardar. El primero. Al oro de Karim le sobrevino el único apuro vikingo de la noche. Balón cruzado, falla Ramos, también Pepe y Draxler remata a bocajarro. De La Nada, emerge Casillas. Su vuelo sin motor, con los brazos extendidos como tentáculos hace posible lo imposible. Casillas, milagrero, volvió a oficiar su bendita profesión. No diga ángel, diga Iker. Si prefieren una explicación más racional, ahí va: el teutón remató bastante peor de lo que debió y el ángel de Navalacruz se estiró todo lo mejor que pudo. Resultado: balón al cuerpo de Casillas, gol salvado. Justo lo que le faltaba al Madrid, después de 26 choques invicto, para lanzarse, a tumba abierta, hacia la aniquilación final de su maldición en Alemania.
Benzema – sí, con fama de pechofrío- peleó un balón perdido, lo recuperó, habilitó a Bale y el príncipe de Gales también lo fue de goles. Se fue de dos, cual Tomba en un eslálom gigante y acabó perfilándose, cual estrella de Sochi, para rubricar el 0-2. Menos mal que sólo era un jugador físico. A ese monumento plástico del galés huno que añadir otra obra de arte en la colección de Cristiano Ronaldo, que bicicleteó el cuerpo de un defensa hasta hacerlo trizas, para definir con un latigazo seco y hacer el 0-3. El Madrid estaba en cuartos, pero quería más. Monsieur Benzema, con su habitual clase, ponía de manifiesto la fragilidad alemana. Era el cuarto y el equipo minero ya hacía honor a su nombre: Schalke 04.
El Madrid era un vendaval y el Schalke, los teleñecos. ¿Qué había sido antes, el huevo o la gallina? No hubo tiempo para responder a esa pregunta, porque la carnicería seguía en aumento. Ramos la ponía a lo Laudrup y Bale definía el quinto. La humillación fue completa cuando Cristiano firmó su doblete tras driblar a Fährmann. 0-6. [Ein, zwei, drei, vier, fünf und sechs]. Así, sin anestesia. En la prolongación, con los amables mineros aguantando el chaparrón, Huntelaar acabó con la imbatibilidad de Casillas con un zapatazo. Fin de la cita. El Madrid refrendaba sensaciones: parece haber encontrado el camino. Ancelotti, al que parte de la prensa culpaba tras los malos resultados, vive alejado del ruido y tiene a su equipo líder de la Liga, finalista de Copa y con dos pies en cuartos de Champions. No está nada mal para un entrenador que prometió ganar y jugar de manera espectacular. En ello anda. En Gelsenkirchen, ciudad natal de Özil y segunda piel de Herr Raúl, el Real Madrid firmaba una goleada escandalosa para exorcizar los demonios de su maldición germana.
