Como sostiene mi buen amigo Propanprul, a Pamplona se ha de ir con bastante más que una media y un calcetín. Eso lo sabe hasta Cerezo, que se hace el ofendido cuando le preguntan en público cómo apoya a Del Nido, condenado por malversación de fondos públicos. Más allá de la solidaridad presidencial (sic), la cuestión es que el Atlético salió con el lirio en la mano y acabó atropellado, hasta acabar con la cara que ponen las vacas cuando ven pasar el tren. Con menos presupuesto pero más ilusión (cabe mencionarlo, porque las cosas del dinero no deben tener naturaleza de excusa selectiva) Osasuna pasó a cuchillo al Atlético. Hasta el vía crucis de San Fermín, la campaña atlética ha sido de diez. Dicho eso, en el último envite el Atlético hizo lo imposible por perder. Se pegó un tiro en el pie y se fue para casa con algo mucho más grave que una derrota: con la sensación de haber traicionado su estilo y haber negociado el esfuerzo. Ni pareció un equipo entrenado por Simeone.
Hoy, que se cumplen ocho años desde que debutó como entrenador, Simeone sufre en sus carnes lo duro que es enfrentarse a expectativas desproporcionadas. Él, que siempre ha preferido trabajar en vez de contentar oídos, ha desbordado ilusiones legítimas que otros han engordado con el material con el que se fabrican los sueños. Así que, ahora, pese a que él nunca prometió títulos, el aficionado atlético se ha instalado en la duda. Mal lugar para permanecer ahí durante demasiado tiempo. Como en materia atlética fiscales sobran, al Cholo le han fabricado un traje de madera de pino. A saber: que si ha tirado la Liga, que si metió la pata con las rotaciones, que si se equivocó pidiendo a Diego Ribas, que si el equipo se desinfla, que si el profe Ortega esto y que si la abuela fuma. En las victorias, sobredosis de azúcar y almíbar. Ahora, en la derrota, tiempo de francotiradores.
Hoy se puede leer e incluso escuchar que Cholo tiene la culpa por tirar la Liga. Osado primero, ridículo después. Si el Atlético, alguna vez, ha tenido alguna opción de ganar este campeonato, ha sido única y exclusivamente por Simeone. El argentino no es infalible, se equivoca, puede fallar y tener malos días, faltaría más. Dicho eso, conviene que todos los que ahora son valientes para meter el dedo en el ojo de Simeone, hagan un ejercicio de memoria. ¿Recuerdan cuando criticaban al Cholo por no rotar y jugar toda la primera vuelta con los mismos? Pues son los mismos que ahora critican esas rotaciones cuando se producen. Cholo, al menos, no tiene una ética de geometría variable. Él sabía lo que había y lo que tenía. De haber rotado antes, jamás habría estado donde está. Los palos y reproches a Simeone esconden que los jugadores, hasta hoy impecables, no cumplieron con su obligación, que consiste en algo básico: pelear como un pequeño para ser grande. Sin intensidad, el Atlético es casi nada. Si el ejército programado para cualquier guerra se empeña en jugar a los soldaditos, cero al cociente y baja la cifra al siguiente.
Música celestial para la legión de revanchistas que esperaba a Simeone, como al Tata, a la vuelta de la esquina, con una recortada. Llevaba mucho tiempo estorbando, ocupando el centro de un escenario diseñado para los dos de siempre, los de la audiencia reventona. Algunos se bajan del barco, dimiten de la causa y hasta se apuntan para cobrar todas esas facturas atrasadas que Cholo les había amontonado en el recibidor. Ante la posibilidad de que el Madrid gane en el Calderón, el revanchismo, religión oficial de este país, se frota las manos. Al fin podrán fusilar al amanecer al tipo que hizo temblar al poder establecido. Para los que creen que Simeone y su Atlético están a un paso de despeñarse, consejo gratis: para que eso pase, se ha de ir con mucho más que una media y un calcetín.
