Mística y púrpura. La esencia de la Copa de Europa está repleta de aspirantes que se encogen y acaban engullidos por la vorágine de una competición que penaliza errores. Durante una hora, el Atlético estuvo a escasos centímetros de caer, pero se mantuvo de pie. Sobrepasado por la trascendencia de la cita, abrumado por la liturgia de un San Siro atronador y superado por un Milán con factura de campeón veterano, el Atlético vivió una noche de sustos. Dos tiros en los palos casi le doblan el espinazo. No es que el Atlético del Cholo subestimase a los italianos, es que eran mucho mejores de lo que habían mostrado durante todo el curso. Se jugaban la temporada, tiraron de gen competitivo y sentaron al Atleti un buen rato en la silla del dentista.
Los poderes de lo que queda del Imperio Berlusconi fueron tres: Balotelli al frente (mejor de lo que se dice y peor de lo que se cree), Kaká desatado (tres carreras, tres giros a sus anchas y casi tres goles) y Taarabt afilado (descosiendo a Insúa). Sentido, el Atleti dio su habitual pasito atrás crónico y cuando los italianos tenían todo a favor para hacer sangre, apareció Courtois. Sí, ese héroe belga de brazos infinitos, con cara de niño y flequillo de Tintín. No hace demasiado, Simeone advertía: "Todo lo que se pague por él es barato". Dicho y hecho. Courtois, como en la final de Copa o en San Mamés, volvió a demostrar que lo caro es barato. Sobre todo cuando Poli le remató a quemarropa. Ahí Tibu voló, rozó la pelota y logró desviarla para que se estrellase contra el poste. El Atlético cedía. Sólo Godín (impecable) y Miranda (efectivo) sostenían a un equipo donde Arda estaba de apagón y la dupla zapadora, Gabi-Mario, había entrado en barrena. El Atlético sufría lo indecible y necesitaba el descanso como el comer.
“Al descanso habló el míster y mejoramos”. Costa confesaba justo lo que ocurrió. El Atleti encontró una bendición en el tiempo de asueto y el Cholo, general acorralado, dispuso, cual Luis en sus buenos tiempos, la estrategia de la motivación: reforzó el discurso, diseñó líneas más juntas y rearmó la moral de la tropa. El líder debe liderar y el equipo debe seguir a su líder sin dudar. Maneras de vivir: el cholismo ante siete Copas de Europa. Tres mil almas atléticas se dejaron notar nada más salir de la caseta: el Atlético defendía mejor, presionaba arriba y encontraba, por fin, a Costa. Había recuperado el ardor guerrero y Simeone decidió dar otra vuelta de tuerca. Lejos de dar entrada a dos grandes nombres -Villa, refuerzo de verano y Diego Ribas, fichaje estrella de invierno-, se la jugó con otros dos hombres: Cebolla y Adrián. A bote pronto, desaprobación. Con el paso de los minutos, ojo clínico. Al final, personalidad y acierto de The Special Sime-One.
Al Milán el pleito se le hizo demasiado largo, las piernas le pesaron y Balotelli tuvo que marcharse del campo con el hombro maltrecho. Suficiente para el Atlético. Raúl García avisó desde la media distancia y Costa, con remate acrobático que silenció San Siro. A la tercera fue la vencida. Gabi pateó un córner, Abate despejó mal y en tierra de nadie, emergió Costa para llegar a una pelota llovida del cielo. Su giro de cabeza enmudeció el coso milanista. Costa, otra vez, había profanado una catedral del fútbol mundial. El maestro Kubala solía recitar, de memoria, las tres suertes supremas del fútbol: querer, saber y poder. El Atlético quiso, supo y pudo. Aún falta el segundo asalto, pero los atléticos no podían reprimir una leve sonrisa dibujada en sus rostros. Hay que ir partido a partido, faltaría más, pero la alegría estaba justificada y el orgullo también: ganar en casa de un equipo con siete Copas de Europa no es poca cosa. En tierras de mística y torneos cargados de leyenda y púrpura, el cholismo tampoco no se detiene para admirar el paisaje.
