Mucho que perder y poco que ganar. Así fue como mi compañero Ulises Sánchez Flor y un servidor veíamos, en Estudio Estadio, el partido de vuelta que el Real Madrid disputaba ante el Schalke, después de cosechar un aplastante1-6 en la ida. Ambos defendíamos que, a pesar de la naturaleza de animal competitivo de Cristiano Ronaldo, los aficionados podrían llevarse un serio disgusto si se alineaba al portugués, se le exponía a una posible lesión y el luso acababa roto, perdiéndose el choque decisivo ante el Barcelona, con la Liga en juego. Al final, caprichos del destino, el que cayó no fue CR, sino Jesé, el futbolista más diferente que tiene Ancelotti en esa plantilla. A los dos minutos, Kolasinac embistió al canario por detrás, como un camión de mercancías. Y justo entonces, el plano secuencia envolvió los intestinos del Bernabéu, hasta que las tripas del estadio se conmovieron con un desenlace dramático para el jugador.
Entrada sin venir a cuento, patada aparatosa, caída desconcertante, gesticulación evidente, dolor intenso, fracaso al querer caminar por su propio pie y retirada en camilla. Jesé dolía, se rompía los ligamentos de la rodilla y Bale se quedaba sin competencia. El chico es joven, podrá rehacerse tras una lesión tan seria y cuando vuelva, tendrá que aplicarse en recuperar el extraordinario nivel que hizo replantearse a Del Bosque la posibilidad de contar con él para el próximo Mundial. En el caso de Jesé, condiciones le sobran. Ahora tendrá que aprender a tener paciencia y fuerza de voluntad, sus únicos aliados en un camino duro, de varios meses, donde tendrá que regatear a la adversidad y golear a la fatalidad.
Al otro lado de la ventanilla emerge Cristiano Ronaldo (al que uno, equivocado o no y sabiendo mil veces menos de fútbol que su entrenador, nunca habría alineado en este partido), el hombre de la voracidad sin límites, el caníbal incansable del gol. Anoche vacunó por partida doble a los alemanes, igualó los 42 de Pancho Puskas y se coloca con 13 dianas en la Champions, a uno de la mejor marca de todos los tiempos en Copa de Europa. Ronaldo se siente capaz de liquidar a cualquiera y este domingo se sentirá con la obligación moral de elevar sus prestaciones para recibir al Barça, en un partido donde el Madrid, más allá de quién gane el partido al final, asoma como favorito, por clasificación y momento de forma.
Cristiano sabe que buena parte de las aspiraciones del Real pasan porque él sea capaz de desatar ante la defensa del Barça una “Operación Conmoción y Pavor”. Enfrente tendrá a Messi, su némesis. Y el argentino, que ahora ya no juega para abrir bocas sino para taparlas, acudirá a la cita con sobredosis de motivación. Ambos tendrán que hablar en el campo. Alto y claro, porque como en Mad Max, la cuestión será muy simple: Dos hombres entran, uno sale.
