Es 23 de diciembre de 2011. El Barça viene de ganar el Mundial de Clubes, defiende una renta favorable de 0-1 ante el modestísimo Hospitalet y Pep Guardiola, de recogepelotas a leyenda del club, toma la palabra en conferencia de prensa: "Más allá del rival o del campo: estos jugadores saben que hay que ir a robar, que hay que ir, que aquí no se espera”. La palabra es intensidad. El técnico prosigue con la vista puesta en los periodistas, para tratar de convencer a los todavía incrédulos. “Esta es la demostración de por qué nos hemos ganado este prestigio, de por qué tenemos esta admiración de todo el mundo. El talento viene después, pero el comportamiento de estos jugadores no deja de ser admirable”. La palabra era actitud. El talento, decía, aunque fuese por arrobas, venía después. “Hemos recibido una cantidad inmensa de elogios después de ganar el Mundial de clubes y estos jugadores se han esforzado como siempre, sin dejar pensar ni respirar a los jugadores del Hospitalet”. El concepto, expuesto en plenitud y en público: la cultura del esfuerzo.
Guardiola, líder enamorado de la institución que representaba, fue autoridad moral número uno gracias a dos premisas: primero, sublimar la herencia recibida a base de una intensidad febril; y segundo, exigir a todos sus jugadores una actitud irreprochable. Intensidad y actitud, herramientas básicas en todo proyecto colectivo, en la vida y en el deporte. Sin ellas, todo talento se condena a morir. De éxito, rutina o falta de hambre. Actitud (nada que ver con el verbo correr) e intensidad (no es sinónimo de rascar) son los principios básicos de cualquier campeón y equipo de elite. La actitud es una manera de comportarse ante un hecho, revela una intención, un estado de ánimo. Ejemplo: el Barça jugaba cada partido como si fuera una final, por eso ganó todo lo que ganó. Y la intensidad es el grado de fuerza o vehemencia que se aplica en una tarea. Ejemplo: el Barça era intenso para robar la pelota cerca del área enemiga. Esa vehemencia le convirtió en una máquina de fútbol y goles. Talento e inspiración también cuentan pero, en ningún caso, son excluyentes de actitud e intensidad, sino términos complementarios. En caso de duda, responde uno de los mayores genios de todos los tiempos: Picasso. Él dejó para la posteridad una frase lapidaria: "La inspiración existe, pero tiene que encontrarte trabajando."
Cuenta la leyenda que en su primer día de trabajo como entrenador del Barça, Guardiola escogió unas palabras grabadas a fuego. Su mensaje, sin literatura, fue corto y en vena: 'A estos jugadores siempre les perdonaré que fallen, pero nunca que no lo intenten'. En el Barça actual, donde la sombra del pasado glorioso es muy alargada, el público puede perdonar a los jugadores que fallen, pero no tolerará, por mucho que hayan ganado, que estén por la labor de no intentarlo. Es posible que el entrenador se esté equivocando de manera grave y tenga parte de responsabilidad; es probable que algunos no quieran pelear por la reputación de un técnico que siempre les exonera de culpa; e incluso cabe suponer que varios jugadores desconfíen de la directiva, porque algún cariño se mide con dinero en época estival. Ahora bien, sin duda, por encima de todas esas cuitas, el Barça está muriendo por ausencia de intensidad y falta de actitud. A Pep y sus jugadores, la inspiración siempre le encontraba trabajando, como a Picasso. Hoy, dos años y varios títulos después, a estos jugadores la inspiración les está encontrando, entre bostezo y bostezo, en fuera de juego. Si alguno necesita un espejo, que mire a Puyol. Nunca fue Picasso, pero es eterno y siempre será parte del escudo del Barça por algo muy simple: exuda intensidad y contagia actitud.
