Retumbó la grada sur del viejo Westfalenstadion y el Madrid se llevó el susto de su vida antes de plantarse en semifinales. En mitad de la espesura, el Dortmund de Klopp sacó el machete cubano y logró estimular a miles de almas germanas regando el campo de sudor y hombría. En suelo alemán sí tuvieron los atributos que su entrenador dijo que echarían en Madrid. Todo, a pesar de que su enfermería era de Las chicas de la Cruz Roja, con Subotic, Schmelzer, Bender, Gündogan, Blaszczykoski fuera de circulación y, para colmo, con Kehl sancionado. Ah, y un 3-0 en contra. Alfombra roja para el Madrid, decían. No debía inquietar siquiera la previsible baja de Cristiano.
Todo apuntaba a un crucero de placer del Madrid. O a un paseo militar incluso, justo cuando el colegiado tuvo disposición para irse al punto de penalti mientras los alemanes se cuestionaban qué voluntariedad existe en una mano cuando un señor salta de espaldas a la pelota. Di María resbaló al chutar la pena máxima y Weidenfeller, un portero de primera fila, hizo su trabajo. De ahí en adelante, Di María se pasó la noche acomodándose. La parada del portero teutón fue un chute en vena para la hinchada local y el nivel de decibelios subió. Primer aviso: jugadón de Reus – futbolista de verdad, este sí- , puerta atrás y Mkhitaryan, en boca de gol, marraba. Segundo aviso: balón cruzado, error de infantil de Pepe - ese que sale en todas las fotos-, entregó la pelota al diablo Reus que, después de una rídícula salida de Casillas, facturaba el primero. Los alemanes empujaban y creían. El Madrid se achicaba y reculaba. Ramos no podía con Lewandowski y Alonso, lejos de manejar el partido era manejado por el partido. Sí, el Madrid había caído en la trampa anunciada por Klopp. Hubo más. Illarramendi pifió, Reus robó, se asoció con Lewa y tras recoger un rechace del palo, anotó el segundo. El Madrid se iba a la caseta pálido del susto, CR7 imploraba, desde el banquillo, que sus compañeros echasen pelotas además de balón.
Con medio madridismo pensando en replantearse el modelo Florentino y el otro exigiendo que alguien cualificado extienda una oferta al señor Klopp, el Madrid salió al campo para enmendar la peor primera parte de toda la temporada. Los alemanes entonaban aquello de Avellanar de Reus, avellanar de Reus y el Madrid había entrado, por su propio pie, en el corredor de la muerte. Al césped, Isco. Los dividendos, pronto: dos incursiones divinas del malagueño y dos chutazos brutales de Bale, cuyas condiciones físicas son brutales. El Madrid había pisado área y había mejorado (lógico). Y los suplentes del Dortmund, con el paso de los minutos, acusaban la fatiga por el esfuerzo del primer acto (lógico). Casemiro aportó físico y músculo y Benzema, por dos veces, rozó el gol de la tranquilidad. Como no llegó, con más corazón que piernas, los alemanes volvieron a insistir. En casa de Klopp, noche de angustias y minutos de zozobra. Otra vez, la famosa trampa anunciada...
En mitad de unos minutos locos, inclasificables, los germanos estrellaron su ilusión contra Casillas y contra el poste. El santo de guardia contribuyó con dos grandes actuaciones y la madera aportó lo suyo rechazando una pelota que forzaba la prórroga. Después de 90 minutos en la silla del dentista, el Madrid pasó a semifinales, Ancelotti se sintió aliviado y el Dortmund se quedó con la sensación de remar para morir en la orilla. Conclusión, lectura doble: unos se quedan con el santo, con Casemiro y con estar a tres pasos del santo grial de La Décima; otros, con la tremenda lección de fútbol y coraje de Klopp y sus suplentes. Los optimistas pensarán que, si jugando así, el Madrid no cayó, este año toca pelo; y los pesimistas que, jugando así, a este Madrid sólo le espera un futuro incierto y tenebroso.
