"En un buen día, el Madrid puede despedazar a cualquiera". La profecía de Robben se cumplió, pero sólo en parte. El Real tuvo un buen día, pero desperdició varias ocasiones para enterrar a un Bayern retórico hasta el empalago. De salida, el ogro bávaro se presentó en Madrid con una puesta en escena brillante. Preciso y asociativo, el equipo alemán condenaba al Madrid a no salir de su área. Hasta quince minutos se pasó la máquina de Guardiola sobando pelota, con una posesión abusiva que arrancó tímidos silbidos del Bernabéu. El secreto de un buen equipo siempre está en el orden, en que todos los futbolistas sepan lo que deben hacer. Y en ese cuarto de hora, eso era el Bayern.
Ese mosaico humano voló por los aires cuando el Madrid encontró una fisura en la guardia alemana, soltó un gancho en frío y La Bestia Negra puso rodilla en tierra. Rafinha se iba de vendimia, Coentrao ganaba la línea de fondo con coraje y resolvía con una puerta atrás magistral para conectar con Benzema, que remachaba en línea de gol. El Madrid sacaba la mano por primera vez y el Bayern estaba en el piso. Partido nuevo. Uno donde se puso de manifiesto que es fácil creer en ti mismo cuando todo va bien, pero vale mucho más tener fe cuando te golpea la adversidad. El Bayern, un equipo tremendo, se desmoronó como un castillo de naipes ante el primer golpe encajado. Le faltó fe en sí mismo y nada más sufrir el primer puñetazo, acabó asustado y doblando la rodilla.
Sí, el Bayern percutía con la pelota controlada, una y otra vez, mientras el Madrid repelía cada ataque. Sí el Bayern había dispuesto de ocho saques de esquina a su favor en el minuto 38 del primer acto, pero el Madrid parecía cómodo en el repliegue. Sí, Kroos lo intentaba y Lahm le secundaba, pero el Real respondía liderado por Alonso y abrochado por el trabajo estupendo de sus laterales, Carvajal y Coentrao, sobresalientes durante toda la noche. Sí, el Bayern seguía abusando de la pelota, pero el Madrid olía la sangre en cada contragolpe. Di María perdonó un tanto claro. Cristiano, más postura que eficacia, mandó a las nubes otra ocasión. De esas que jamás suele fallar. El Bayern llegaba hasta el área de manera impecable, pero tenía menos definición que una televisión en blanco y negro. Ni último pase, ni disparo. Ancelotti repetía el diseño de la final de Copa, con un 4-4-2 solidario. Firmeza defensiva y contras eléctricas. Un plan sencillo que, de nuevo, tenía recompensa. Al Bayern, como al Barça del Tata, le costaba un mundo correr hacia atrás.
El Bernabéu rumió que el segundo acto volvería a un Bayern cerca del área y un Madrid cerca del gol. Craso error. Ancelotti, en un movimiento táctico magistral, decidió adelantar 20 metros las líneas y acabó por desconcertar, todavía más, la maltrecha moral de un Bayern tan técnico como frágil. Equilibrado en todas sus líneas, con Alonso en el rol de quarterback, el Madrid recuperaba la posesión y dejaba de encastillarse en su área. Cristiano, tras un error grosero de Alaba, se topó con Neuer. Minutos después, la escena se repitió. El luso descargó un trueno en forma de derechazo y el meta teutón repelió con dificultades. El Madrid quería y podía. El Bayern dudaba y amagaba. En la retaguardia blanca, Coentrao y Carvajal seguían su clinic defensivo particular. Descorazonado y superado, Guardiola - ¿demasiado tarde?-decidió agitar el partido con Müller y Gotze, sus dos futbolistas más imprevisibles. Este último pudo haber dado vida a su equipo con un chutazo que Iker despejó para zanjar un primer asalto de color blanco.
El Madrid fue de menos a más y el Bayern, irreconocible, de más a menos. El Madrid clonó la final de Copa y se llevó un botín que pudo ser mayor. El Bayern dejó un cuarto de hora brillante y una segunda mitad inadmisible. El Madrid creyó y el Bayern dudó. La máquina sin sentimientos de Pep se fue con una sobredosis de frustración, pero consciente de que aún falta por escribirse la segunda parte de esta historia. Al otro lado de la ventanilla, asoma el equipo de Ancelotti, que tendrá que defender su renta, pero podrá contar con los espacios que anhelan sus balas humanas. Falta el segundo asalto. A Lisboa, por Múnich.
