La justicia del fútbol no responde siempre a la meritocracia, en un deporte subyugado como pocas actividades a los intangibles. Por esa razón hay que celebrar, más allá de los colores, que un título se corresponda con lo más justo, como es el caso de esta Liga conquistada por el Atlético. El tópico dice que quien suma más puntos es el justo campeón, pero eso no dice toda la verdad, porque en el deporte no existe únicamente la lucha contra el rival, sino la que uno lleva a cabo consigo mismo, la capacidad de superación.
El Atlético ha sido mejor que Barça y Madrid en lo primero, pero ha sido infinitamente superior a estos dos colosos en lo segundo. Hemos de agradecer a Simeone y a sus futbolistas haber hecho realidad lo que hasta hace un año era una utopía: acabar con el duopolio de la Liga. El Atlético actualiza constantes del fútbol, como el sacrificio, el trabajo, la unidad y la fe, a las que, como leitmotiv, se concedía nula capacidad de competir con las grandes inversiones de Madrid y Barcelona. Son esas propiedades las que han permitido descubrir la calidad de Courtois, Diego Costa, Koke o Filipe Luis, nunca al revés.
En la semana en que Messi se convierte en el jugador mejor pagado del mundo y la entidad azulgrana lo publicita como si fuera un título, el argentino y sus compañeros comprueban lo poco que son sin las propiedades que han olvidado y con las que llegó el Atlético a su casa para superar todas las adversidades. Tenía plan para cada situación, y tenía hombres, no nombres.
Esa forma de mantener la compostura es el ejemplo de que el equipo está por encima de las individualidades, algo que Simeone intenta visualizar permanentemente, como en la rueda de prensa en la que compareció junto a su staff técnico en las tripas del Camp Nou. Los ciclos se acaban, es una evidencia, pero hay formas y formas de cerrarlos. La del Barcelona ha sido nefasta, no por los resultados, sino por las formas. Es cierto que ha llegado a la final de Copa y a la última jornada de Liga con opciones, pero la dinámica de los últimos días, entre despedidas y renovaciones, no parecía la mejor forma de preparar un choque trascendental.
El partido de los azulgrana fue como toda su temporada, un despropósito en el que las revelaciones sobre el contrato de Neymar, la dimisión de Sandro Rosell, la creciente desconfianza en un entrenador contratado por el dirigente huido, la resentida despedida por carta de Valdés y la presencia bajo palos de un portero descatalogado, cambiaron el decorado a una entidad irreconocible. La ejemplaridad la conserva su público, con sus aplausos al campeón, y el Tata Martino en su adiós, sin un reproche. El resto necesita un cambio que respete su identidad, el juego, pero condimentada con algo del chimichurri que trae este Atlético. Pagar más a Messi no basta.
