Tras un fracaso, dos evaluaciones: pésimo planteamiento e imperdonable desidia. Ambos pésimos síntomas para un equipo cuyo desafío consiste en volver a ganar tras haber ganado todo. El Barça jugó su peor partido de la temporada con la pelota. Abandonó su juego de posición, desdeñó su ideario y pecó de falta de profundidad. La estadística reflejó un dato demoledor: 111 pases malos del Barça. Han leído bien. Un crimen para un equipo de ese nivel, una herejía en toda regla para quienes han hecho leyenda y credo del imperio de la posesión. Malas noticias para los sepultureros de Xavi Hernández y Fàbregas: anoche se revelaron imprescindibles para la causa. Si el ADN del Barça invita a secuestrar el balón y protegerlo como si fuera un diamante, Martino cometió un error de base: dejó de apostar por el ecosistema habitual, recurrió al tercer central, dejó a Buquets en tierra de nadie y decidió tocar lo que funcionaba. Resultado: monumento al disparate. Pregunta: ¿por qué?
Al margen del destrozo del Bayern, habría que bucear en la hemeroteca para encontrar una derrota tan clara, justa y merecida como la de Anoeta. El Barça fue un equipo desnaturalizado, un juguete roto en manos de la Real. Perezoso para buscar soluciones pero de gatillo fácil para asesinar reputaciones, el periobarcelonismo se aplicó en la tarea habitual de ponerle nombre y apellidos a los responsables. El primero de la lista, Martino: ese profesor papada prominente y gusto por el color pistacho. Inculpado desde que llegó el cargo, condenado a la ingratitud (si pierde, palos para él; si gana, autogestión), fue honrado para asumir su responsabilidad. Tata reconoció que había errado en la lectura del partido, que había estado torpe en los cambios y que, a pesar de todo, no le escucharán criticar a sus futbolistas. Exonerar a sus jugadores para cargar él con el muerto. Aquello se lo aplaudían a Pep y Tito ayer, pero hoy al Tata se lo interpretarán en clave de debilidad.
Más allá de Martino y su autoinculpación, subyace el absentismo laboral inexplicable de un equipo que había recuperado la buena línea y que, sin motivo aparente, se dejó la actitud y el orgullo en casa Sin plan de juego reconocible (errático, cierto) algunos jugadores abandonaron al equipo a su suerte, haciendo lo imposible para ser atropellados por un rival sediento de sangre. Acribillado en cada contragolpe y tiroteado sin compasión, el Barça cayó, a plomo y con justicia ante una Real superior en todas las suertes de un partido de fútbol. El equipo vasco tuvo más más intensidad, coraje, empuje, personalidad, ambición y actitud que un equipo que se jugaba la punta del campeonato. El Barça no pudo (triste), no supo (grosero) y no quiso (grave). El epitafio final de Valdés destiló sinceridad: "Nos han superado en juego y en actitud". La derrota no es definitiva, pero es un despertador. Señores jugadores del Barcelona: último aviso.
Moraleja: cuando el Barça era la referencia mundial, no lo era por lo que había ganado, sino por cómo había ganado. Este Barça, si no quiere morir de éxito, necesita interiorizar que lo grave no es perder, sino el modo de hacerlo. Puede perder un partido o un título, pero si pierde su imagen...el Barça lo pierde todo.
