Cada vez que se resalta el juego de un equipo dirigido por Guardiola , se destaca la posesión, la calidad colectiva, el dominio abrumador que ejerce sobre sus adversarios, etcétera. Los elogios, en general, no se asocian a ninguna acción defensiva, y en buena parte, todo lo que estalla a la vista, sucede por una conducta defensiva fabulosa.
Las defensas, el acto de recuperar la pelota, suele observarse como un momento del juego dónde imperan los recursos físicos, la marca y la negación de espacios hacia la propia meta. El Bayern gestiona esos recursos con una eficiencia incomparable. Pero lo hace de un modo singular, con desplazamientos generosos y a máxima velocidad, con múltiples respaldos en la zona donde se encuentra el balón y subiendo todo el equipo, sin límites.
Cuando se pierde la pelota, la naturaleza le dice al futbolista que debe retroceder; el instinto de conservar se impone. Para desactivar ese impulso, no hay mejor camino que trabajar la respuesta antagónica. El hábito de "marcar hacia adelante", es un hábito fabricado y exitoso.
Las posibilidades de perder la posesión van aumentando a medida que se progresa en el campo. Siempre es mejor perderla en el último tercio. Los rivales del Bayern, cuando consiguen robarle el balón, al mismo tiempo patean un hormiguero. Los siguientes 6 o 7 segundos son insoportables para ellos; un compendio de incomodidades, obstáculos y problemas. La presión roja los obliga a la excelencia técnica y a la lucidez en medio de una urgencia desmesurada. Cuando el Bayern pierde la pelota, entra en un estado de desesperación organizada. No soporta el partido sin ella, y entonces, despliega todas sus energías al servicio de la recuperación.
El equipo se comprime a una velocidad supersónica. Dobla la presión sobre la pelota, respalda a esa primera línea, y desplaza todos sus recursos en función de ese punto. No importa si queda una hectárea atrás. No importa si hay mucho espacio en el sector opuesto; ya habrá tiempo de corregir esos desajustes intencionales. En esa acción, está el embrión del nuevo ataque. Cuánto más rápida sea la transición, mejores oportunidades tendrá para atacar. Si el rival cierra los pasillos, entonces baja el ritmo y comienza desde una fase anterior.
Es tan ofensivo marcar de esa manera, que resulta difícil clasificarla sólo como un comportamiento defensivo. Suena a poco. Los límites entre defensa y ataque son difusos en los grandes equipos. Uno determina al otro y viceversa; las transiciones desaparecen y el juego es uno solo. El Bayern lo prueba: también ataca sin la pelota.
