Guardiola y Mourinho han alcanzado tanta trascendencia, que los estilos que proponen son enjuiciados de forma severísima, exagerada, porque lo que en realidad se juzga es a los personajes. En semejante tesitura, los prejuicios son inevitables. Los dos entrenadores visitaron Madrid la semana pasada y fueron censurados por hacer exactamente lo contrario: uno por entregar la pelota al contrario y defenderse; el otro, por tenerla demasiado para nada. El debate sobre los estilos es sanísimo, es parte del fútbol desde los tiempos de Rocco, HH, Kovacs, Michels, Sacchi o Cruyff, pero cuando se cruza con Mourinho y Guardiola acaba siempre contaminado por lo que fueron en la Liga, entre nosotros. Ellos se han ido, con sus estilos y sus debates, pero nos han dejado los prejuicios.
Al Bayern le faltó profundidad y remate en el Bernabéu, es cierto, pero condenar la reconversión que lleva a cabo en el Bayern parece prematuro. En lo futbolístico, se trata de un experimento interesante, porque implica una propuesta contracultural en un club que ha ganado cinco Copas de Europa, entre ellas la última, y en un país que ha levantado tres veces la Copa del Mundo. Eso sólo es posible con un iconoclasta y un fanático de una idea, en el sentido positivo. Guardiola lo es. Por ello, el Bayern será hoy el mismo que en el Bernabéu, aunque es de suponer que con más velocidad de balón, ritmo de juego y desborde. Si no, puede darse por eliminado.
Beckenbauer ha criticado ácidamente a Guardiola, pero es difícil que le afecte, en una actitud muy similar a la de Cruyff con varios de los técnicos que han pasado por el Barcelona desde su marcha. Por lo que han sido en el fútbol y en esos equipos, se permiten decir lo que quieran, como si hubieran desarrollado un incombustible sentido de la propiedad.
Lo que quizás ocurre con el Bayern es que la combinación entre un equipo ganador y poderoso en lo económico, y el entrenador más deseado del panorama internacional, produjeron una publicidad y unas expectativas excesivas. Sucede a menudo en la industria del cine: la unión de una productora rica y un director de prestigio no garantiza la taquilla. Lo importante es el guión, y en eso está Guardiola. La traslación de ese estilo a España, pese al arrojo de Luis Aragonés, era menos traumática porque compartía actores y no había más inconografía que derribar que la derrota.
Rodgers, técnico del Liverpool, dijo que Mourinho había colocado dos autobuses, no uno, en Anfiled. El Chelsea ganó (0-2) para dinamitar la Premier, algo que no pudo hacer en el Calderón, porque se enfrentó a un rival que sabe mucho de sus propios códigos. De hecho, en las semifinales de la Champions concurren tres equipos de contraataque y uno de posesión, aunque entre los primeros haya gradaciones. Las tiene para sí mismo el propio Chelsea, porque es imposible jugar siempre con semejante disposición defensiva y tener opciones al título doméstico. Mou posee fichas para cambiar el registro del equipo, hecho que no debe olvidar Simeone camino de Stamford Bridge, pero lo relevante es su capacidad de convencimiento sobre los jugadores, a los que fríe a SMS durante días. En su caso, no es que lo que diga Rodgers y la familia del fútbol le afecte. Al contrario. Le estimula.
