Del majestuoso Dortmund del curso pasado no quedaban ni las raspas y el Madrid, muy eficiente, se tomó en serio su tarea, consciente de que la Copa de Europa no permite distracciones que valgan. Los alemanes venían mermados, pero ese problema no le correspondía al Madrid, que tenía obligación de gestionar el partido y conducirlo por el carril adecuado en todo momento. Así fue. Abrió la lata, administró su renta y tuvo la suficiente puntería para ensangrentar el marco enemigo. A los tres minutos, primer puñetazo para el orgullo teutón. Bale, trascendente siempre, descorchaba el encuentro. El Madrid tenía más contundencia en ambas áreas. En la enemiga, Isco era un violinista sobre el tejado de Klopp. En la propia, Pepe, erigido en cacique, mantenía a raya a un rival voluntarioso, pero falto de armamento pesado. El objetivo: desatar la “Operación Conmoción y Pavor”, con su correspondiente reflejo en el marcador. Y el Madrid, sin un fútbol de otro mundo pero con una superioridad aplastante, se puso a ello. Weidenfeller tuvo que multiplicarse, el Real llegó por oleadas y el tendido siete de la grada disfrutaba del buen pie de Isco. Había que facturar a un rival tocado y condenar a los alemanes a volver con la maleta vacía de ilusiones. De casi todo se encargó Isco. El talento al que se comparó con Zidane a su llegada y que después se despreció sin motivo aparente. Isco acomodó su pie y firmó el segundo. El plano secuencia encajaba en el guión de Ancelotti y enfurecía a Klopp: robo liderado por Alonso y sutileza de Isco. Semifinal a la vista.
Quedaba un mundo por delante, el Madrid se sentía cómodo, el equipo alemán no tenía el colmillo retorcido y sólo el Real podía ser su peor enemigo. Así pudo haber sido, porque el Madrid confundió su superioridad con una invitación a dormir la siesta del carnero. Y pudo haberlo pagado muy caro. Las banderillas seguían firmes en el lomo del Dortmund, pero el Madrid sesteó, se concedió un rato de asueto y los alemanes se animaron. Casillas, siempre con ángel, y Pepe, firme en la cobertura, minimizaron daños y evitaron que el equipo local pagase el peaje de su extraño desdén. Ausente de malicia y vuelo, el Dortmund claudicó cuando cayó el tercero. Ronaldo, en su partido 100 en Champions, certificaba su título honorífico de hombre-estadística. Volvía anotar, igualaba el registro de Messi en Copa de Europa -14 tantos en una misma edición del torneo- y de propina, liquidaba las tenues esperanzas germánicas. Atila vestido de blanco acababa en la enfermería, sustituido por precaución. Nada grave, sólo un aviso. Suficiente para poner en estado de alerta al Bernabéu que le pagó con una cerrada ovación en forma de reconocimiento. El alimento ideal para un quien, dicen, se sintió afligido por escuchar no hace mucho unos cuantos pitos.
En suma, el Madrid, después de golear a un rival anémico - problema de otros, no del Madrid-, está a cuatro partidos de alcanzar el santo grial que persigue hace años. Ese sería el único título capaz de justificar una inversión salvaje, en la permanente huída hacia delante de un presidente que, en su segunda etapa, ha intentado casi todo sin salirle casi nada. Otra vez, el Madrid está en el carril indicado para conquistar su sueño. Incluso, está en rampa de salida para soñar con el triplete. Fútbol y talento tiene. De cara a empresas futuras, una reflexión: la historia advierte que a este equipo la vida le besa en la boca cuando apuesta por su fútbol, olvidándose de excusas de mal pagador y de hacer el ridículo denunciando presuntas prevaricaciones arbitrales para culpar al empedrado. Lejos del ruido, al Madrid le va mejor.
