Entre las grandes cualidades que distinguen a un entrenador está la de ser capaz de explotar al máximo las virtudes de sus futbolistas, arrimarlos a su techo. Eso ha logrado Diego Simeone en Atlético de Madrid. Jugadores y equipo se retroalimentan en un círculo virtuoso que se percibe, sino indestructible, al menos lo suficientemente sólido como para competir en un escenario imposible.
Hace algunas temporadas, cuando el Valencia de Unai Emery se afirmaba en un decoroso tercer puesto detrás de Barcelona y Real Madrid, nadie podía suponer que ningún equipo, en el corto plazo, iba a ser capaz de la osadía de este Atlético. La venta de Falcao, goleador "insustituible", prenunciaba un inmediato regreso a la media. No había forma de ser optimista. Salvo para Simeone, fundamentalista del optimismo.
Su mensaje no fue una construcción parsimoniosa y cuidada. Fue un martillazo. Agitó el vestuario; el histórico fervor colchonero se trasladó al campo. Basta de complejos y fatalismos, que al fin y al cabo, no hacen más que prefigurar un destino fatal y acomplejado. Simeone transmitió sus ideas por vía endovenosa. La reacción fue inmediata.
Atlético es un ejército orgulloso de su desfile. Planea sus batallas, dibuja los mapas; la estrategia no es importante, es todo lo que complementa a la actitud. La estrategia y el valor definen a este equipo marcial. A veces se excede en el músculo, otras, le regatea al rival; en ocasiones va directo al objetivo, pero también se especializa en ser paciente. Claro que es una paciencia poco común. Es una paciencia inquietante: espera, retrocede, parece desinteresarse del juego y de pronto, una incontenible fuerza lo impulsa a dañar a su enemigo. Y casi siempre lo consigue. Cuando ve el bolsillo roto, puede caminar un año atrás del futuro damnificado; sabe que en el instante en el que caiga la billetera, ahí va estar para recogerla.
Disponer de menores recursos que las potencias no era un argumento que fuera a disuadir a Simeone de no intentar dar el golpe. Que Atlético esté donde está, es mérito de él, más que de ningún otro. La historia le va a guardar un sitio privilegiado en este club a su medida, desbordante de pasión. Simeone ha conseguido este milagro, entre otras razones, porque tiene tanto amor por el fútbol como por el triunfo. Y si para ganar tiene que hacer concesiones estéticas, o debe prescindir de variantes de juego más elaboradas, lo hace, aunque a muchos no nos guste tanto pragmatismo. El mayor desafío que tiene Simeone será sostener el clima épico durante tanto tiempo. Por ahora, Atlético lo desmiente, y sólo recibe reconocimientos
